La columna de Patricia del Río, hoy 1/10/2011 en Perú 21
Por Patricia del Río
Ningún padre está preparado para enterrar a su hijo. Ese es un hecho que va en contra de las leyes naturales y desencadena un dolor asfixiante. Como explicó alguna vez Fernando de Szyslo, la muerte de un hijo es un escándalo. Un verdadero escándalo. Por eso, cuando uno ve el rostro de Walter Oyarce padre, cuando uno descubre su gesto marcado por el dolor y la resignación, por la impotencia y la calma, por la pena profunda y la determinación, uno se siente un intruso. Un advenedizo que, en realidad, no tiene idea de la magnitud de lo que ocurrió el sábado pasado en el Estadio Monumental, cuando unos manganzones desadaptados golpearon y arrojaron al vacío al muchacho que este hombre crio, abrazó y educó durante 24 años.
El 25 de setiembre de 2011, la sociedad se enfrentó a las manifestaciones más crudas de la violencia, el fútbol pasó otra vez por la vergüenza de haberse convertido en un deporte que ya no desata pasiones sino perversiones, pero una familia perdió a un miembro querido. Un padre no verá nunca más su hijo, una hermana a su hermano, una abuela a su nieto. Y esa dimensión familiar de la tragedia no debería pasar desapercibida porque si bien, más temprano que tarde, nosotros, los intrusos, olvidaremos este asesinato, y el nombre de Walter Oyarce Domínguez será reemplazado por el de alguna otra víctima inútil de la violencia en la que vivimos, a ese papá, a esa hermana, a esa tía, a ese primo, no se les olvidará nunca lo que pasó en el palco 128 del Estadio Monumental. La demencia de ese acto brutal los ha marcado inevitablemente y la vida tal cual la conocían ya no existe más.
Y, justamente, es en virtud de ese dolor, sobre el que hoy quiero reflexionar, que uno siempre entiende las respuestas indignadas de los padres. Los pedidos de venganza. La necesidad de reclamar todo el peso de la justicia a gritos sobre los culpables. Incluso, nos parece comprensible que los parientes cercanos de quienes han perdido la vida de manera tan injusta exijan pena de muerte para los asesinos. O que fantaseen con la posibilidad de aniquilarlos con sus propias manos. Por eso, en países donde existe la pena capital, como en los Estados Unidos, muchos padres de las víctimas asisten para presenciar la muerte del culpable. Dicen que necesitan verlo desaparecer para encontrar un poco de paz.
No tengo idea si esa sed de venganza sirve de algo o no. Pero, la verdad, nunca me he atrevido a juzgarla y me parece absolutamente comprensible. Por eso, cada vez que leo lo escrito por Walter Oyarce padre, cada vez que me encuentro con su sereno gesto de dolor, siento que estamos ante un ser excepcional. El padre del muchacho al que asesinaron por llevar la camiseta del Alianza Lima no pide venganza. Ni siquiera tiene como fin inmediato que los asesinos de su hijo se pudran en la cárcel. No ha exigido pena de muerte para ellos, ni creo que los golpearía si los tuviera al frente. Walter Oyarce padre ha solicitado algo más simple y mucho más profundo: arrepentimiento. Quiere que los culpables se avergüencen de lo que hicieron. Que asuman su culpabilidad. Que no intenten justificarse. Y ha pedido, además, que toda la sociedad haga un esfuerzo para que ningún padre tenga que enterrar a su hijo por habérsele ocurrido la “peligrosísima” idea de ir a alentar a su equipo de fútbol al estadio del rival.
Esta semana nos hemos sentido asqueados y avergonzados no solo de nuestro fútbol, sino de nuestra condición de seres humanos. Sin embargo, entre tanta gente pequeña que defiende sus intereses con mezquindad, entre tanto mequetrefe que solo busca echarle la culpa al otro, aparece el señor Walter Oyarce Delgado para demostrarnos que en la vida hay quienes eligen ser unos desgraciados, pero también hay quienes, sin proponérselo, sin hacer ningún aspaviento, se muestran como verdaderos héroes. El mejor tributo que ha recibido Walter Oyarce Domínguez, el joven asesinado, ha sido el coraje y la entereza de su padre.
Publicado el 1/10/2011 en Perú 21
1 comentario:
Un articulo muy hermoso para destacar la actitud de un padre fuera de lo comun, mi afecto al senor Oyarse.
Carlos Paz Solidoro
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