EL ESCRIBIDOR Y SU PROFESOR

Enero de 1956, Teatro Segura. Luis Jaime Cisneros es sacado en hombros al finalizar su discurso en el Congreso de la Democracia Cristiana por un eufórico miembro de la juventud DC: Mario Vargas Llosa. Lo ayuda Armando Zubizarreta. (Foto
y leyenda: Caretas)



















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Luis Jaime Cisneros, fragmentos de su columna "Aula Precaria"

Semana provechosa para el recuerdo y reconfortante para el espíritu. El justo premio concedido a Mario Vargas Llosa ha removido viejas imágenes, cuya importancia ha adquirido en estos días especial relieve emocional. Evoco, primero, en casa de Raúl Porras, la presencia de un joven estudiante arequipeño, que acababa de terminar la secundaria y, gracias a su espíritu crítico alerta, ayudaba a Porras en sus investigaciones. Ese
fue para mí el primer Vargas Llosa: ciertamente, la literatura le interesaba más que la historia, pero lo que ocurría en el país, más allá de las aulas, no le era indiferente. Mi segundo recuerdo es de Mario, alumno sanmarquino, en mi curso de Literatura, sentado junto a Javier Silva Ruete y Víctor Li Carrillo. Y en seguida la vida para cuya vivencia y ejercicio estaba Mario destinado: la literatura. El premio obtenido por
Los jefes (1958).

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Nos reencontramos en París en los 60, en su departamento situado en una plazoleta cuyo nombre olvido. Estaba dedicado al periodismo. Y lo resalto porque esa vinculación con la prensa le ha permitido a Vargas Llosa mantenerse en contacto con lo que ocurre en el mundo y ha respaldado su vivo interés por cuanto acontecimiento político apareciese en el horizonte. A partir de entonces aprendí a seguirle los pasos en el quehacer literario. Mario fue afirmándose progresivamente en el manejo del idioma, y fue ofreciéndonos testimonio vivo y frecuente de su interés por la libertad y la justicia. El Perú que sus textos reflejaban no era el Perú que pudiera interesar al turista, sino el país vivido por los lectores, donde fuera fácil reconocer errores y aciertos.

Publicado el 10/10/2010 en La República

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