Patricia del Río y Augusto Álvarez Rodrich
Crecer modestamente en medio de una terrible crisis financiera mundial -cuando hasta los países mas poderosos mostraban índices negativos- y crecer 8.76% durante el reciente mes de marzo, es algo que debe celebrarse. Pero de ahí a pavonearse en cuanto certámen internacional se presente, pretendiendo dar lecciones de manejo económico a los países desarrollados y hasta presentarse como voluntario para salvar al primer mundo, como hace Alan García, nos parece un poquito exagerado. Augusto Álvarez Rodrich y Patricia del Río coinciden hoy en señalar una serie de aspectos que en medio del entusiasmo presidencial no se están tomando en cuenta. Y de paso recetan esa dosis de ubicaína que nuestro sobreexcitado presidente parece pedir a gritos.
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El andar del pavo real
Por Augusto Álvarez Rodrich
No hay motivo para caer en el triunfalismo económico. El crecimiento inesperadamente alto que experimentó la economía peruana en marzo, de 8.76% en relación con el mismo mes del año pasado, constituye una noticia magnífica pero que no debería, en modo alguno, llevar al triunfalismo que se percibe en estos días en algunas autoridades públicas y en sus gonfaloneros entusiastas.
El elevado incremento del PBI constituye, en medio de las noticias pesimistas que están llegando de Europa, una buena dosis de Prozac para la sólida expectativa que ya existe en el sector empresarial que opera en el país.
Pero de ahí a caminar como pavo real por la cumbre ALCUE, diciendo que podemos exportar nuestro ‘modelo’ económico o asesorar al gobierno español, hay un trecho largo que la prudencia y la sensatez debieran aconsejar que no se recorra porque, sencillamente, no hay mucho asidero para la arrogancia.
Lo que está ocurriendo con la pobreza es un buen ejemplo. La reducción de 1.4 puntos porcentuales experimentada durante el año 2009 en el porcentaje de la población en situación de pobreza, pasando de 36.2% a 34.8%, es otra noticia estupenda por lo que esto significa y porque, además, ocurrió en medio de la crisis financiera internacional, la cual impuso desafíos que podían haber mellado los avances en este terreno.
Pero no se puede perder de vista que, junto con esta reducción en la pobreza total, en algunas regiones específicas este indicador aumentó en el último año. En la selva, por ejemplo, subió de 40 a 46%, y en regiones como Huancavelica o Apurímac llega a 77.2% y 70.3%, respectivamente, lo que se asemeja a las tasas de las zonas africanas con severos problemas.
Lo que está ocurriendo ahora en el país es la consecuencia de la aplicación disciplinada y consistente de un mismo esquema económico durante casi dos décadas. Pero esto solo consigue que seamos una economía de alto crecimiento pero no una con la capacidad de dar el gran salto hacia el progreso y la modernidad que sí han logrado países como Singapur o Taiwán o, para no ir muy lejos, lo que podría lograr Chile un una década.
El Perú no está en esa ruta, aun cuando lo pregonen el gobierno y sus ayayeros. Para dar el gran salto que permita dejar de ser una economía que crece y ofrece buenos negocios con altas ganancias, y pasar a codearse con la primera liga mundial, con una senda de progreso inclusiva para la población, se necesita hacer reformas de fondo en educación, salud, seguridad, justicia, organización del Estado, ampliación de la cobertura y calidad de la infraestructura, competitividad –en el último año hemos perdido cuatro puntos en el ranking mundial– o en el establecimiento de un sector público que sea honesto y no la cuchipanda de tanto gángster que lo acecha. Es decir, lo que todavía no han hecho los gobiernos de las últimas dos décadas.
Ley de la desventaja
Por Patricia del Río
Si usted está leyendo esta columna, sentado cómodamente en su casa, alumbrado por luz eléctrica, y puede comprenderla sin problemas, gracias a que recibió una educación formal, entonces considérese un privilegiado. Y no, no me venga con que todo es producto de las excelentes notas que se sacó en la universidad o de lo fuerte que chambeó para conseguir lo que tiene.
Algo de eso hay, pero bueno fuera que nuestros éxitos o fracasos dependieran exclusivamente de nuestras habilidades o esfuerzos. De acuerdo con los últimos estudios del Banco Mundial sobre igualdad de oportunidades, en continentes como América Latina las circunstancias personales, como la lengua materna, el lugar de nacimiento, la riqueza familiar, la raza o el género, determinan en gran medida las condiciones de éxito o fracaso que nos acompañarán toda la vida.
Y ese es el gran drama de América Latina y, específicamente, de países como el nuestro. No se trata simplemente de desigualdad, de que unos tienen mucho y otros muy poco. Se trata de una escandalosa diferencia de oportunidades que, prácticamente, condena a familias enteras a vivir en la pobreza por generaciones.
Pongamos un ejemplo: de acuerdo con el Índice de Oportunidades Humanas del Banco Mundial, el grado de instrucción de la madre es una pieza fundamental en el desarrollo físico y emocional del niño. Un hijo cuya mamá tiene grado de instrucción superior o secundaria completa tiene muchísimas más probabilidades de estar bien nutrido, acceder a una buena educación, recibir atención oportuna en salud, etc.
¿Qué culpa tiene una criaturita huancavelicana de que su madre sea analfabeta? Pues, ninguna. No es una condición que haya elegido o que pueda cambiar, por más que se esfuerce. Pero este dato fortuito que le tocó por casualidad en la vida le cierra, de plano, muchas puertas. Lo coloca en el peor partidor, el más alejado, el pésimamente ubicado, antes de siquiera empezar la carrera.
¿Cómo se soluciona una situación tan perversa como esta? Obviamente, al Estado le toca igualar la cancha llevando inversión y servicios básicos a los más necesitados. Pero, a nosotros, a los peruanos privilegiados que nacimos en el lugar correcto, también nos toca lo nuestro.
Basta de celebrar cifras de crecimiento económico cuando, en el campo, los índices de pobreza siguen subiendo y, actualmente, alcanzan la escandalosa cifra de 60.3%. Basta de frivolidades y de promocionar el modelo peruano cuando en Puno todavía hay niños que se mueren de frío.
Basta de mirarnos el ombligo y, de una vez por todas, comprometámonos a elegir verdaderas autoridades que trabajen para que el futuro de nuestros niños no venga fatalmente marcado desde la cuna.
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